Pies para que los quiero si tengo alas pa' volar?" Frida Kahlo
Tal vez
me he encontrado ausente de mis amadas letras, de este mi espacio; sin embargo,
no he dejado de anotar lo vivido. Por estos días, mi mente se ha mantenido
ocupada celebrando la vida y crecimiento de nuestros retoños, Gabriel y Laleshka, que sin duda hoy a sus 15
y 12 años respectivamente nos han dejado a todos con un sabor a miel en el
ambiente al saberlos convertidos en todos unos adolescentes con decisiones
propias y una vida futura por decidir. Por
otro lado, me ha tocado asumir el resultado de ciertas vivencias, algunas
propias y otras provenientes de mis compañeros de viaje, que sin nombrarlos
espero tengan la oportunidad ahora de conectarse conmigo mediante este nuevo
escrito que solo proviene de mi reflexión e inspiración soñadora.
Tengo la convicción que desde antes de nacer, justo desde ese momento en el que fui concebida por mis padres, allí en ese instante, no sólo se me dio la vida. Yo, que sólo parecía un frijol en movimiento, según algunos cuentan, dentro de la barriga de mí madre latiendo de alegría llevaba secretamente conmigo un capullito. Solo Dios sabia del contenido de aquel pequeño bolsillito en mi cuerpo. Justo en el momento exacto de mi nacimiento aquel saquito abrió regalándome así las más hermosas alas que nadie alcanzó ver y es que aquellas alas no eran para ser vistas por otros, ellas fueron hechas para sentirlas y usarlas. Con el tiempo fui creciendo y mis alas lo hacían conmigo y aunque en algunas oportunidades creí que ellas estaban listas para hacerme volar, no fue así. Yo seguía creciendo sin detenerme, pero al parecer mis alas requerían un poco más de tiempo para lograr mantener un vuelo firme. Así pasó algún tiempo, entre el deseo impaciente de alzar vuelo y la creencia inocente que aquellas alas requerían fortalecerse primero antes de alzar aquel ansiado primer vuelo. Hasta que un buen día descubrí, que mis alas se habían hecho para volar, que no importaba cuán alto o bajo yo volase, cuan firme o inestable mi vuelo fuese; ellas no requerían espera alguna para abrirse y sostenerme, mis alas eran y siguen siendo lo suficientemente fuertes para soportar mi vuelo ante cualquier circunstancia.
Yo sólo requería confiar en ellas, alzar mi vuelo, dejarme llevar y permanecer optimista durante el trayecto de nuestro vuelo. Por días viajamos juntas por los más hermosos paisajes, sosteniendo nuestro rumbo sin importar los devenires del camino. En todo este tiempo compartido hemos emprendido vuelos arriesgados y he logrado no reprocharme por aquello que he perdido. Y es que mis viajes me han enseñado que perdiendo también se gana. Hoy, con actitud perseverante y confiada en estas mis alas sigo alzando vuelo y soñando sin descansar, porque mis alas se hicieron para volar y yo nací para soñar.
Antes de
finalizar, quisiera hacer valer mi reflexión ante Gabriel, Laleshka, mi familia
en general (hermanas (o), padres, primos, tíos, sobrinos (a), y en general a todo aquel amigo (a) o conocido
(a) que quiera anexarse familiarmente conmigo que todos tenemos alas. Alas para
volar tan alto como queramos, para hacer de nuestras vidas un viaje lleno de
aventuras, que cada aventura emprendida con nuestras alas amerita riesgo y que
sin duda el resultado de cada viaje deja consigo una experiencia. Que todo parte
de una decisión y que aunque tomemos muchas precauciones para no descender en nuestro
vuelo. El desalentar a nuestras alas y esperar por momentos perfectos para
usarles puede dejarnos justo en aquella situación que tanto temíamos ocurriese
si alzábamos nuestro vuelo. Finalmente, la diferencia entre usar o no nuestras
alas, será solo en el resultado obtenido: Si desconfiamos de nuestras alas y
decidimos no usarles no sabremos nunca como hubiese sido nuestro viaje y si por
el contrario decidimos extenderlas al horizonte, podríamos descubrir con alegría
y orgullo que nuestras alas se hicieron para volar.
Hasta el próximo sueño...